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LA HISTORIOGRAFÍA LIBERAL Y ROMANTICA

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DOCUMENTE SIMILARE



LA HISTORIOGRAFÍA LIBERAL Y ROMANTICA

INTRODUCCIÓN:

En la edad moderna, la historiografía se vería estimulada por el conocimiento de las nuevas sociedades de ultramar y por la aparición de una crítica histórica científica que dio paso a la formación de las ciencias auxiliares (paleografía, numismática, diplomática), destacando la obra de J. Mabillon.

La historiografía se enriquece en el siglo XVIII, cuando la historia da sus primeros pasos como ciencia social con la obra de G. Vico, que planteó por primera vez el problema del nacimiento, desarrollo y desaparición de los países, y con la de los ilustrados franceses, encabezados por Montesquieu, que se preguntaban por las causas generales que determinan las diferencias entre las sociedades. El siguiente paso se dio en la Inglaterra de la revolución industrial, con E. Gibbon y su teoría del progreso continuo de la humanidad, y con A. Smith y su teoría de los cuatro estadios evolutivos por los que ha de pasar necesariamente toda sociedad. Contrario a este racionalismo, el nacionalismo romántico buscaba en el pasado las bases ideológicas que dieran cohesión a las sociedades: entre sus representantes más destacados están F. Guizot y J. Michelet.

Por otro lado, había que ensanchar el horizonte de la historia a través de una investigación más compresiva de aquellas épocas que la Ilustración había tachado de oscuras y bárbaras y de las que había dejado en la sombra, y también precisaba atacar la concepción de la naturaleza humana como algo uniforme e inmutable. Fue Helder el primero que llevó a cabo avances de importancia en estas dos direcciones, pero en lo relativo a la primera le asistió la obra de Rouseau.

Rouseau fue hijo de la Ilustración, pero a través de su reinterpretación de los principios de ésta se convirtió en el padre del movimiento romántico.

La reacción contra el romanticismo dio paso a un auge de la erudición y de la crítica, con el positivismo o historicismo de L. Von Ranke, J. Burckhardt o A. Comte, que rendía culto al hecho y a la inexistencia de teoría y que se impuso en la vida académica del siglo XIX.

Con la obra e influencia de Leopold von Ranke, la historia alcanzó su identidad como disciplina académica independiente, dotada con su propio método crítico y de análisis que exigía una rigurosa preparación. Ranke insistió en una desapasionada objetividad como punto de vista propio del historiador, e hizo de la consulta de las fuentes contemporáneas una ley de la reconstrucción histórica. Progresó de forma sustancial en la crítica de las fuentes, más allá de los logros de los especialistas en antigüedades, al tener en consideración las circunstancias históricas del escritor que se convirtieron en la clave para evaluar los documentos. Esta combinación de la objetividad del historiador (al menos como ideal) con la aguda observación de que todos los historiadores son producto de su tiempo y entorno, y que por tanto sus relatos son necesariamente subjetivos, auguraba la ruptura de la conexión de la historiografía clásica con el arte literario, de carácter intuitivo, y la alineaba con la moderna investigación científica. Muchos historiadores actuales encuentran las raíces de su disciplina en este desarrollo historiográfico decimonónico que tuvo lugar en las universidades alemanas y que influyó en el resto de la investigación histórica en toda Europa y Estados Unidos.

François Guizot sustentó el interés francés por la historia de las civilizaciones y Numa Denis Fustel de Coulanges aplicó los nuevos métodos científicos a la historia medieval. En Inglaterra, Thomas Babington Macaulay mantuvo la tradición de la Ilustración pero las universidades de este país aplicaron nuevos métodos. Por lo que respecta a Estados Unidos, sus universidades aceptaron de forma creciente la influencia de los métodos alemanes. En España se mantuvo la tradición del siglo XVIII, aunque durante la Restauración se asentó el positivismo historiográfico.

CONSIDERACIONES GENERALES:

La Revolución Francesa y sus consecuencias inmediatas, marcaron un hito y de alguna manera produjeron una transformación completa en la forma de considerar el valor y la tarea específica de la historia. Apoyándose en una teoría había ensayado mediante una amplia y violenta reforma implantar un sistema político nuevo con respecto al anterior. Esta experiencia no tuvo éxito inmediato, o al menos así lo parecía, aunque en Francia, una gran parte del programa revolucionario se había cumplido, cosa que no ocurrió en sus países vecinos, donde las fuerzas históricas, los viejos poderes que los teóricos de la Ilustración habían tachado de irrazonables, se mostraban por el momento, más fuertes que las creaciones políticas diseñadas según normas doctrinarias.

Esta escasez de Estados Revolucionarios parecía proporcionar la prueba de que era imposible crear instituciones políticas vivas mediante concepciones teóricas y con intenciones conscientes. De ello parecía obtener la lección de que sólo eran estables las organizaciones que se habían formado inconcientemente en el curso del desarrollo histórico. Se creyó que en la historia residía una sabiduría oculta muy superior a toda perspicacia humana. Se admitió que el individuo no tenía derecho a poner su mano sobre el curso de los acontecimientos, como lo habían sostenido los iluministas inspirándose en la práctica de los déspotas ilustrados. Cabía encerrarse humildemente en la situación creada por la historia.

De estos hechos se creyó poder sacar lecciones para la conducta de los estadistas en actividad, al pensar que podían tener alguna analogía con los sucesos actuales. La historiografía romántica rompió con este punto de vista. Según ella, la historia de un país no debe enseñar al estadista más que los límites inmutables de su poder de acción. Debe aprender de ella hasta donde puede ir sin chocar con el orden de las cosas históricas dispuesto por Dios.

La consecuencia natural fue que, en oposición directa con la historiografía del Iluminismo la historia nacional fue considerada poco menos que la única digna de atención y dentro de ella el periodo medieval. La Edad Media pasó por haber sido especialmente la época del desarrollo nacional independiente. El horizonte histórico se encontró así considerablemente reducido. Los iluministas habían tenido espíritu cosmopolita, habían insistido sobre la unidad de las razas humanas. Se pensaba que las creaciones políticas de la revolución habían fracasado fuera de Francia por la incompatibilidad del temperamento francés con el carácter nacional de Alemania o España, por ejemplo. En conclusión, no convenía intervenir en el desarrollo orgánico de su propio pueblo incorporándole elementos extraños. No se podía confiar en crear cosa durable y mantenerse fiel a su nacionalidad y no se podía conocer ésta sino por la historia autóctona. Como la historiografía liberal, aunque por otras razones, la historiografía romántica se especializó en lo europeo.

Joseph Reinach, publicista francés, observaba recién terminada la guerra franco-prusiana: “la influencia de Alemania es general, se ejerce en todas las ciencias del razonamiento y las ciencias de la observación, historia y filosofía, gramática y lingüística, paleografía y crítica de textos, lexicografía y arqueología, jurisprudencia y exégesis… Sin duda contábamos ya con una Academia de Bellas Letras, con diccionarios, repertorios, mapas; pero los nuevos métodos, precisos y rigurosos, el arte de las pacientes y seguras reconstrucciones, los lentos análisis que hacen que brote la verdad histórica de una estela funeraria o de un trozo de ánfora, vienen de Alemania.”

Por lo que se refiere a la protección de los estudios históricos, los estados, sobre todo Alemania, se inclinaron a favorecerlos con una intensidad desconocida hasta entonces. Los estadistas no los habían favorecido en otro tiempo más que cuando los historiadores se hacían publicistas y ponían todas sus fuerzas al servicio del gobierno. Esta explotación de la historia perduró hasta el siglo XIX. Si la Ilustración basaba sus sueños utópicos en la esperanza de conseguir gobernantes ilustrados, los románticos basaban los suyos en la esperanza de lograr un pueblo ilustrado mediante la educación popular.

El principio de acuerdo con el cual explicaba Rouseau la historia, era un principio que podía aplicarse no solamente a la historia reciente del mundo civilizado, sino también a la historia de todas las razas y de todos los tiempos. Épocas de barbarismo y superstición se volvieron, al menos en principio, inteligibles y fue posible considerar el conjunto de la historia humana, sino como la historia de la razón humana, al menos como la historia de la voluntad humana. Esta concepción aplicada a la historia, significa que el historiador no debe hacer nunca lo que los historiadores de la Ilustración hacían constantemente, a saber, considerar con desprecio y disgusto las edades pasadas, sino que hay que considerarlas con simpatía y encontrar en ellas la expresión de logros humanos genuinos y valiosos, posesión permanente de la escuela romántica fue el hábito de volver la mirada a épocas primitivas como representantes de una forma de sociedad que tenía un valor propio, valor que el desarrollo de la civilización ha perdido.

El romanticismo representa una nueva tendencia a encontrar valores e intereses positivos en civilizaciones muy diferentes a la propia, idea que no se desarrolló a causa de otra idea del romanticismo, la concepción de la historia como progreso, como desarrollo de la razón humana o de la educación de la humanidad. De acuerdo con esta idea las etapas pasadas de la historia conducen necesariamente al presente. Una forma dada de civilización sólo puede existir cuando le ha llegado la hora, y tiene su valor justamente porque ésas son las condiciones de su existir, por tanto, si pudiéramos resucitar la Edad Media no haríamos otra cosa que retroceder a una etapa en el proceso que nos ha conducido al presente, y el proceso continuaría como antes. Así los románticos concebían el valor de una etapa pasada de la historia, como la Edad Media, de doble manera: en parte como algo de valor permanente en sí mismo, como logro único del espíritu humano, y en parte como tomando su lugar en un curso de desarrollo que conduce hacia cosas aún más valiosas.

La doctrina romántica, pareció el mejor medio de oposición a la propaganda revolucionaria. No mostraba la historia que por el camino de un violento desorden, a imitación de ejemplos extranjeros no había nada que hacer. Una vez admitido que el derecho y la constitución no podían ser convenientemente desarrollados sino haciéndolos depender de la tradición nacional, se deducía que estadistas, legisladores que no conocían a fondo la historia de un país, no podían llenar su cargo más que de una manera insuficiente. Pareció también casi más importante para el jurista, el estar orientado en la historia del derecho nacional, que el conocer la legislación existente y las ideas modernas sobre el derecho.

La concepción romántica de la historia se apoyaba sobre la experiencia restringida del pasado más reciente y del tiempo presente, lo que no puede significar un progreso, no obstante, el romanticismo enseñó sin tener plena conciencia de ello, que era necesario respetar la tradición como fuerza histórica.

La crítica romántica, aunque frecuentemente exagerada, era en general bien justificada y saludable. Lo que fue nocivo es lo que el romanticismo puso de nuevo en lugar del racionalismo. Su teoría histórica asentada como un dogma se fundaba en una serie de hipótesis no demostradas y generalizaciones prematuras. Si se hubieran contentado con pretender que el estadista debía tener respeto por las tradiciones y no podía destruir de golpe las ideas hereditarias, no hubiera habido nada que objetar.

Los románticos tenían adversión por la Ilustración y no querían supeditarse a Voltaire, a Montesquieu y a sus discípulos, allí donde aquellos habían roto ya con las explicaciones individualistas. Su repugnancia contra la política utilitaria y por demás prudente del despotismo ilustrado, y su veneración por las fuerzas misteriosas que obran en la historia iban tan lejos, que toda interpretación de hechos históricos que reconocía poderes distintos de los morales les causaba horror.

Voltaire y sus discípulos habían buscado relacionar la historia política con la historia del comercio y de la economía. No fueron seguidos por los verdaderos románticos. Éstos desdeñaron seguir a su iniciador en una explicación realista de la historia. Preferían buscar el fundamento de los sucesos históricos en la fuerza mística a la que denominaban genio del pueblo, el cual pensaban que había hecho nacer constitución, derecho, arte y literatura.

Por otra parte, la doctrina de un espíritu nacional ha tenido algo de bueno. Ha forzado a los historiadores a llevar su atención sobre el conjunto. No fue ya posible tratar de la religión, del derecho, del arte de un pueblo sin considerar las circunstancias generales en medio de las cuales se habían producido.

Los románticos pretendieron dogmáticamente que solamente era provechoso lo que había nacido del espíritu nacional, doctrina que desde un comienzo es formulada muy claramente y que, si se le quiere hacer decir que las imitaciones de modelos extranjeros son siempre dañosas, está en contradicción absoluta con la historia.

Esta concepción se extendió sobre todo por Alemania que en la época de la Restauración, la lengua y la civilización eran los únicos lazos comunes. En armonía con ellas, la filología había tomado gran desarrollo junto con la filosofía. Era propio extender a la historia en general las nuevas apreciaciones sobre el desarrollo independiente de las lenguas. La tesis de que las lenguas no se transforman sino de acuerdo con sus leyes propias e intrínsecas, no era completamente exacta, pero era tan superior a la grosera concepción de antaño que se podía confiar haber encontrado con ella la clave de los enigmas de la historia.

En relación con la teoría, podemos decir que como toda filosofía dogmática de la historia, la teoría romántica se concilia mal con la historiografía. Ella fue desarrollada sobre todo por hombres que se ocupaban poco de historia. Su principal fundador, el inglés Edmond Burke, no era historiador, sino escritor político. Los autores que en el continente dieron la última mano al sistema del viejo whig y lo acrecentaron con el principio de nacionalidad, eran estadistas que buscaban para su provecho del sistema o filósofos especulativos.

Pasó mucho tiempo antes de que un verdadero historiador buscara unir la teoría política del romanticismo con el método empírico de la ciencia (H. Taine). Por el contrario los antiguos historiadores de la escuela romántica no aplicaron la doctrina nacionalista, por lo menos en las obras propiamente históricas, sino con modificaciones, cuando no renegaron casi de ella. La concepción de sus obras, así como muchos de sus juicios, reposa sobre ella y aún cuando la combatían seguían razonamientos dominados por los dogmas políticos del Romanticismo.

La Revolución Francesa facilitó también enormemente el estudio de la historia. Un hecho de gran importancia es el de que, a consecuencia de las radicales conmociones que trajo, un gran número de documentos históricos perdió su valor jurídico. Numerosos estados como las grandes repúblicas italianas desaparecieron. Clases enteras perdieron de golpe todos sus privilegios, como la nobleza francesa. Una enorme masa de papeles de gobierno se encontró así prescripta y pudo ser puesta a la entera disposición de la historiografía. Ya durante la revolución los archivos en Francia fueron franqueados todos.

Poco a poco el ejemplo de Francia obró sobre los estados que no se habían alejado tan violentamente de su pasado. También fueron liberando paulatinamente sus archivos a las búsquedas históricas, salvo naturalmente las partes que tenían importancia política en el momento.

La teoría de la ideología histórica, formulada por primera vez por Guillermo de Humboldt, estaba también en estrecha dependencia con la Revolución Francesa. Sin embargo su valor científico era superior al de la teoría romántica. No pretendía prescribir nada a la historia. Buscaba comprenderla, reconocer las ideas que la dominaban, pero no para censurarlas.

Se ve fácilmente que esta doctrina es más científica que las teoría política del romanticismo. Reconocía en primcipio la legitimidad de todas las ideas. El historiador no tenía que buscar si su acción había sido, según él, bienhechora o no. Debía limitarse a reconocerlas como fuerzas históricas. Las ideas de la Revolución no eran nada simpáticas a la mayoría de los historiadores de esa tendencia, pero no se proponían negar su influencia.

Los partidarios de la ideología histórica se aproximaban más que los verdaderos románticos a un método científico, en que admitían conscientemente el punto de vista de la inmanencia. No reconocían fuerzas místicas indemostrables, tales como el genio nacional, el genio de la especie, que dirigieran desde fuera los destinos de los estadistas. Sus ideas no eran creaciones supraterrenales, sino instintos concretos de acción, de los cuales los hombres tenían consciencia. “La idea no puede ser reconocida más que en y por los acontecimientos mismos”.[1]

También hay que considerar la importancia política de la literatura. Voltaire fue el primero en tomar en cuenta la literatura en su obra de historia. Pero sólo veía en ella un medio de placer estético. No había reconocido su fuerza política y nacional. No la había relacionado con la vida espiritual y menos todavía con la vida política. Admitido que la Ilustración había producido la Revolución Francesa, era obligado reconocer importancia política a la literatura que había ayudado a su difusión.

Es cierto que se tenía un conocimiento muy fragmentario de la literatura antigua de los pueblos europeos. Sucedió a críticos románticos alemanes juzgar, por ejemplo, el drama clásico español únicamente por el poeta cortesano Calderón, sin conocer una sola pieza de Lope de Vega.

Los románticos trataban la obra literaria de manera más atrayente y fecunda para la filosofía de la historia que los iluministas, quienes aún como historiadores juzgaban de acuerdo con el canon de la estética clásica. Pero su método era más flojo, trabajaban con una materia demasiado pobre y construcciones filosóficas arbitrarias. Generalmente, frente a valores puramente artísticos no sabían que decir. Buscaban resolver el delicado problema de las relaciones entre literatura y sociedad con medios externos y desmañados.

LA INTERPRETACIÓN ESPIRITUALISTA DE LA HISTORIA BAJO LA INFLUENCIA DE HEGEL

La filosofía de la Historia y la ideología de Hegel

Los antecedentes más claros de Hegel son, en palabras del profesor Luis Suarez[2], Fichte y Herder; pero debemos encardinarlo dentro de un momento de esplendor de la cultura alemana, justo después de Kant, con literatos y estudiosos de primerísimo línea como el propio Hegel o Goethe.

G. W. F. Hegel, nacido en 1770 en Stuttgart, fallecido el 1831 en Berlín, donde, desde 1818 era profesor de filosofia, dictó por primera vez en 1805-1806 su curso de Historia de la Filosofía, impreso entre 1830 y 1836. La Filosofía de la Historia apareció por primera vez en 1822-23, impresa en 1837.

La doctrina romántica contaba con diversas contradicciones, especialmente a la hora de compatibilizar ideas como el genio nacional con el devenir orgánico de la historia. En este sentido, será Hegel quién intentará compatibilizar estas ideas, y esto lo hará en su obra La Filosofía de la Historia, aparecida por primera vez en 1822, en la que, como ya hizo Voltaire, diferenciará la propia historia del estudio de su disciplina.

Siguiendo principios de la Ilustración alemana, de fuerte tradición teológica, a diferencia de la francesa o inglesa, y a autores como Herder, partió de una transformación de la antigua teoría que identificaba la historia con un plan divino de salvación humana. Así, intento compatibilizar el desarrollo orgánico de la historia, con el devenir de los pueblos y los hechos históricos, con la idea de progreso ilustrada, de raíz teológica en este caso; intentando asimismo encontrar un desarrollo regular para este proceso.

De esta forma compatibilizaba doctrinas religiosas, partidarias del plan divino, románticas, que hacían hincapié en el desarrollo orgánico de la historia, y racionalistas, muy imbuidas del ideal de progreso. Compatibilizaba en definitiva la fe y la ciencia, y “las creencias de poderes morales en la historia, en un desarrollo de la humanidad dirigido por un espíritu superior y la comprobación de que allí sólo se mostraba una multitud de fenómenos contradictorios y de fuerzas irracionales”.

Dentro del espíritu romántico considerará a un individuo sin ninguna capacidad, fundido íntegramente en el desarrollo histórico, y resaltará especialmente la fuerza de fenómenos irracionales y del propio azar dentro de este desarrollo orgánico.

Hegel considerará el presente como meta de la historia, a diferencia de la filosofía cristiana, que encardinaba la historia entre el paraíso y el Apocalipsis, sin consideración del presente, y de autores como Herder o Lessing, que hablan del progreso como camino hacía el porvenir. Hegel moderniza a la historia y la considera como medio de explicación del presente, obviando el porvenir y la consideración del paraíso.

Asimismo Hegel pondrá el valor el concepto de tradición. Los románticos ya hicieron esto de modo parcial, refiriéndose a aspectos concretos de tradiciones invariables. Hegel en cambio vio la importancia de la tradición dentro del devenir histórico, de la pervivencia y de la dialéctica de elementos dentro del desarrollo orgánico de la historia.

El esquema espiritual de Hegel choca con la historia empírica que demuestra que esta concepción ideal no se reproduce en la realidad y las leyes de permanencia y desarrollo orgánico.

Croce llega a afirmar en este sentido que toda la “filosofía de la historia de Hegel es un colosal desatino, producido por la confusión de dos cosas bien diferentes, a saber: oposición y distinción”.

Hegel historiador

Hegel saca de su método filosófico el esquema dialéctico de la filosofía de la historia.

Primeramente realizó numerosos estudios y reflexiones acerca de la historia de la filosofía. En estas reflexiones compatibilizará la idea de diversidad de las distintas escuelas con la de unidad de la historia, que acabará imponiéndose de forma brutal; siendo cada nuevo elemento una refutación del anterior, con el que a su vez forma un todo. En este desarrollo el papel que otorga a la razón es mínimo, llegando a hablar de “la gran presunción de que el mundo ha marchado según la razón” ( I, 49).

Hegel se excede, pero crea una historia de la filosofía unitaria, donde conecta los distintos sistemas y obvia las explicaciones individuales.

Este mismo sistema lo aplicará a su concepción de la historia. Una historia como conjunto, siguiendo ideas de San Agustin y Bossuet, en torno al cristianismo; a la par que una historia universal como “progreso (necesario) en la conciencia de la libertad”; en la que se suceden Oriente, los pueblos griegos, romanos y germano-cristianos.

Este esquema resulta a todas luces insostenible dada su dependencia de la Teología y la tradición literaria, pero aporta numerosos elementos a valorar dentro de su consideración general. En este sentido destaca su encardinación en el Estado, Europa occidental y el constitucionalismo moderado liberal, que le acerca a las tendencias nacionalistas del momento constituyendo un importante antecedente para toda la historiografía posterior.

Hegel considerará el Estado como la proyección de la razón moral en el mundo, de ahí la importancia que da a su formación dentro del desarrollo histórico. Partiendo de esto, Hegel realizará un sistema que tratará de fundar una explicación completa de la Historia Universal, que el profesor Suárez señala se manifiesta en cinco principios fundamentales[3]:

-Diferenciación entre naturaleza e Historia, dada por el carácter cíclico que gobierna el devenir de la naturaleza, mientras que el histórico viene dado por el sistema dialéctico que marca su evolución.

-Los hechos son el resultado de ideas fraguadas en un determinado contexto

-El motor de la historia es la razón, aunque reconoce como señaló Kant la estrecha relación entre razón y pasión.

-Gobierno del proceso dialéctico: tesis, antítesis, síntesis.

-La historia concluye en el presente.

El profensor Collingwood[4] matiza y añade la concepción de Hegel de la Historia como Historia del pensamiento, dada la importancia de este elemento, que engloba y genera el resto; o el carácter lógico de la Historia, dado su propio devenir fruto de la razón.

Hegel da mucha importancia al cristianismo. “El Cristianismo es, para Hegel, el eje de la Historia, ya que, al concebir la posibilidad de que Dios y Hombre se fundieran en una sola persona, borró las barreras de separación entre la Humanidad y la Divinidad. Sujeto a una conciencia individual, el hombre fue enfrentado con lo Absoluto. Desde entonces la razón se vio liberada. Tratado como un hecho histórico, el Cristianismo da sentido al acontecer; demuestra una elevación progresiva de la Humanidad desde la pura irracionalidad a la racionalidad plena” (L. Suárez)

La Escuela de Hegel

Dada la espiritualización de la Historia que realiza Hegel, entre sus discípulos más directos cobran especial importancia teólogos y filósofos. Esto no es óbice para marcar como su método dialéctico será el utilizado posteriormente en la obra de Marx.

Ferdinand Christian Baur

Nacido en 1792 en Schwiden, cerca de Kannstadt, teólogo, en 1817 profesor de la Klosterchule de Blaubeuren, llamado en 1826 a la Universidad de Tubingue, donde murió en 1860. Su obra la constituyen básicamente escritos sobre la Historia de la Iglesia.

Toma todas las ideas de Hegel y las aplica a la doctrina cristiana, situando el desarrollo del cristianismo como centro de la evolución histórica, heredero de tradiciones medievales. En su obra observamos un importante elemento filosófico, primando la unidad de la Cristiandad sobre la diversidad de los pueblos.

Entra en el estudio de tradiciones de carácter supersticioso y otros temas no tocados hasta este momento, enfrentándose con los pragmatistas.

Metodológicamente, aplica el método de crítica filológica elaborado por Ranke, especialmente en sus estudios del Nuevo Testamento.

Eduard Zeller

Nacido el 1814 en Kleinbottwar, Wurttenberg, en 1840 privado de teología en Tubingue, de 1847 a 1849 profesor de teología en Berna, 1849 en Marburgo, pasa allí a la Facultad de Filosofía; en 1862 llamadao a Heidelberg, en 1872 a Berlín, se retiró en 1895, falleciendo en 1908 en Stuttgart. Destaca su obra Historia de la filosofia griega en su desarrollo histórico, dedicada a Baur.

Simboliza la reacción dentro de la misma escuela contra el esquematismo del maestro. Aplica el método filológico, y modifica las ideas de Hegel adecuándolas a la realidad objetiva.

LA NARRACIÓN ROMÁNTICA Y LA DOCTRINA DE COLOR LOCAL

Características generales

El romanticismo, por sus ideas estéticas e históricas, aportó una revolución en la forma de la historiografía.

Es apreciable, que los historiadores de la Edad Media no habían tenido escrúpulo en presentar los sucesos del pasado con el aspecto del tiempo presente, ya que, coloreando las narraciones de sus fuentes, habían partido siempre de la suposición de que las condiciones de vida en las épocas antiguas eran idénticas a la de los tiempos modernos.

Posteriormente el humanismo había descartado esta manera ingenua de escribir, abolió el ropaje medieval solo para introducir las suntuosas vestimentas de la retórica romana. Expuso la historia de la Edad Media y la Historia Moderna como si hubieran tenido por teatro la escena artificial que supone, por ejemplo las tragedias de Séneca. Luego, la Ilustración rompió por primera vez con este falso disfraz. Destacar que Voltaire destruyó en sus últimas obras hasta los últimos restos del estilo de la antigua retórica.

Pero esos historiadores todavía no habían pensado buscar el color de la época. No presentaban sus héroes como antiguos romanos, ponían la narración en segundo plano y no concentraban su atención más que sobre lo esencial, además gustaban más analizar que describir. La historiografía de estos últimos ilustrados carecía de vida a los ojos de los románticos. Estos partían de la suposición de que la historia no tenía que analizar fríamente, sino emocionar, arrebatar como la poesía. Como la historia en general no puede alcanzar ese objeto más que relatando ampliamente, los románticos pusieron la narración en primer plano. Los exagerados en la materia, hasta pretendían que la historia resucite el pasado, es decir, que exponga los sucesos de tal manera que el lector crea verlos presentes ante él. Querían de tal modo acercar el pasado que la perspectiva histórica desaparecía.

El modelo de los historiadores románticos fue un novelista llamado Walter Scott. Las novelas históricas de este encantador del norte fueron hasta mediados del siglo XIX, el ideal sobre el cual autores y lectores medían las producciones históricas. Es a él a quien la historiografía romántica debe su lema: el color local. Pero el nuevo estilo no fue inventado por el poeta escocés sino que fue creado por el más grande teórico de la estética romántica, por Chateaubriand..

El color local fue buscado preferentemente en las exposiciones de historia medieval, ya que en esta materia resaltaba más el contraste con las imitaciones de la Antigüedad que se habían preferido hasta entonces. La exigencia del color local formaba parte de la reacción romántica y cristiana de la cultura moderna contra el paganismo de los humanistas, reacción que caracteriza toda la obra de Chateaubriand.

Chateaubriand: El germen del Romanticismo

Según Chateaubriand el arte está relacionado estrechamente con la religión y el artista moderno obtendría efectos poderosos haciendo un llamado a las ideas vivas, cristianas y modernas, en lugar de atender a las ideas muertas de la Antigüedad. Los historiadores, sacaban de esto, la conclusión de que la historia moderna, particularmente la de la piadosa Edad Media, debía ser expuesta en las formas del arte cristiano, es decir, en sus propias formas.

Se rechazaron entonces las exposiciones de la Edad Media cuyo estilo recordaba a Tito Livio o aún a Virgilio. La narración no podía pasar por verídica si no resucitaba el estilo de las crónicas medievales. Alcanzaba su objeto más alto cuando el lector creía leer no a un autor moderno sino una vieja leyenda o un romance. Admitido esto solo había que dar un paso para pedir que cada época fuera descripta de acuerdo con su carácter, es decir, en el estilo de su literatura.

La doctrina del color local, por una parte es el sentimiento nuevo de la unidad orgánica del arte, de la religión y de la nacionalidad; por la otra, la nueva religiosidad estética.

Chateaubriand no solo formuló teóricamente la doctrina del color local, fue el primero en dar el más brillante ejemplo de su aplicación. Los Martyrs (1807) es la primera narración histórica dónde el contraste de las dos civilizaciones es concebido, no desde el punto de vista moral, político o sociológico, sino desde el punto de vista del arte. La célebre descripción de una batalla entre los romanos y los francos en el libro VI, es el primer cuadro de una acción histórica dónde la fidelidad de las vestimentas es el punto principal.

Sin embargo, este medio de expresión solo se popularizó por las novelas de Walter Scott, que desarrolló sistemáticamente las indicaciones del romántico francés. Entró abundantemente en detalles. No se contentó con oponer grandes épocas entre sí, se sumergió gustosamente en las particularidades nacionales y locales. Las figuras del pasado que habían sido consagrada por los nacionalistas en formulas incoloras, parecían revivir con vida rica y brillante.

El éxito clamoroso de las novelas del autor de Weverly arrastró a todos los historiadores.

La doctrina del color local fue elevada a la categoría de dogma. Guardar fielmente las vestimentas fue el primer deber del historiador.

Defectos de la doctrina del color local

La doctrina del color local tenía sus ventajas. Subrayaba la dependencia de lugar y de tiempo en que se encuentran los hombres, pero, según señalan diversos autores[5], disminuía la tendencia a hacer personajes históricos de tipos sin fecha, pero tenía una serie de inconvenientes graves:

La atención fue trasladada de los grandes problemas históricos a los detalles externos. Los historiadores volvieron a poner a la historia sus vestimentas de la infancia. La mayoría de los antiguos cronistas, por incapacidad, o partidismo, no habían descrito más que los aspectos exteriores de los sucesos: se procedió ahora como si ellos solos tuvieran importancia.

Por otra parte, con frecuencia los historiadores entendían mal el color local. Detalles de vestimenta, formas originales del derecho, expresiones populares etc., pueden ser de gran valor histórico como síntomas de ciertas situaciones económicas, de ciertos estados de civilización. El deber del historiador es descubrir que necesidades las hicieron nacer y extenderse. Pero precisamente los historiadores románticos esquivaron ese deber. Se abandonaron ingenuamente a las asociaciones de sentimiento que despierta en los hombres modernos la observación de las viejas instituciones. A este defecto se unía otro que tuvo consecuencias todavía peores.

Los historiadores románticos renegaron del esquema fecundo que había trazado Voltaire en su   Siecle de louis XIV. Desdeñaron seguir a la Ilustración por el camino del análisis y se convirtieron en meros narradores. Omitieron casi por completo la historia de la administración, del comercio y de las finanzas.

En cuanto a los partidarios de esta doctrina hemos de decir que fue creada por los románticos y cultivada particularmente por los historiadores románticos; pero fue acogida también por los historiadores cuyas opiniones políticas los colocan bajo el nombre de liberales. Es en Francia donde ella estuvo más en boga, tanto en la literatura como en la historiografía. En Alemania el carácter especulativo de la historiografía fue obstáculo para su desarrollo; en Inglaterra fue el sello de la política de partido.

Autores de la Escuela Narrativa

Los historiadores de quienes vamos a ocuparnos pertenecen al número de aquellos que presentan el carácter romántico en su mayor pureza:

Barante

Prosper Brugiére, barón de Barante, nació en Riom en 1782 y murió en 1866. Fue diplomático publicista, consejero de Estado bajo el Imperio y bajo la Restauración.

El barón de Barante fue el verdadero clásico de la nueva escuela romántica inspirada por Walter Scott. Nadie ha representado con mayor pureza la doctrina del color local. Barante solo ofrece una narración. Declaró su intención formal de comunicar a la historia el encanto de la novela histórica. No siguió ninguna tendencia, se abstuvo de toda reflexión, su narración debía obrar a la manera de una antigua crónica, únicamente por su ingenuidad.

Su éxito fue debido en gran parte a que supo encontrar para su objeto la materia más apropiada. Ninguna escuela historiográfica ha tratado los aspectos exteriores y variados de la vida con tanta complacencia y abundancia como las crónicas del Flandes francés de los siglos XIV y XV.

Casi no hubo obra que pudiera rivalizar en popularidad con la Historia de los Duques de Borgoña de Barante. Su hábil imitación, estuvo en boga como novela histórica. Su ocaso fue igualmente rápido. La ciencia actual no le reprocha solamente la falta de crítica de las fuentes sino que se ofendió por que Barante no abordó siquiera los problemas históricos.

Thierry

Augustin Thierry nació en 1795 en Blois, fue escritor libre, nombrado en 1835 por el Duque de Orleáns bibliotecario del Palacio Real. Falleció en 1856 en Paris.

Su obra principal, La historia de la conquista de Inglaterra por los Normandos (1825) apareció casi al mismo tiempo que Germanische und romanische Völher de Ranke (1824). Se puede fechar una nueva era en la historiografía de sus respectivos países desde las dos obras. Los dos introdujeron la forma romántica en la historia erudita. Los dos buscaron el color local y en oposición al análisis frío e incoloro de los discípulos de Voltaire, quisieron poner de relieve los detalles concretos y vivientes. Los dos pretendían hacer hablar y obrar a los personajes históricos como convenía a los hábitos de su tiempo. A pesar de esto las dos obras difieren entre sí no solamente por la personalidad de sus autores sino por su método.

Ranke acompañaba su narración de un volumen de investigaciones donde era examinado desde muy cerca el grado de confianza que merecían las fuentes utilizadas. Mostraba que el historiador no debía atenerse a las exposiciones de segunda mano de historiadores modernos, sino remontarse a las fuentes, a los relatos de primera mano. Mostraba con el ejemplo que el historiador no debía comenzar su trabajo sino después de haber puesto en claro la validez de cada uno. Más adelante nos ocuparemos en detalle de la obra de Ranke.

Nada semejante encontramos en Thierry. No carecía totalmente de crítica; rechazaba los relatos modernos (humanistas) con la misma firmeza que su contemporáneo alemán. Frente a las fuentes medievales tomaba casi la misma actitud que los humanistas frente a las fuentes antiguas. Éstos descartaban las fábulas de la Edad Media, pero no hacían ninguna distinción entre los autores antiguos: igualmente Thierry colocaba todos los testimonios de la Edad Media en el mismo plano. Formó así su color local con la ayuda de los más variados materiales: conversaciones imaginarias de una leyenda de santos, anécdotas de poemas épicos populares quizá muy recientes, invenciones tendenciosas de análisis de partidos, todo lo recogía cuando ello podía proporcionarle el color local. No inventó nuevos discursos pero reprodujo sin dificultad los que habían sido inventados. Trató las leyendas con el respeto de la fe. Era un progreso no buscar racionalizarlas; pero partía de la ingenua suposición de que narraciones de corte legendario encerraban siempre una tradición popular, y en consecuencia un núcleo histórico.

En cuanto a las opiniones políticas de Thierry, representaba las opiniones de un burgués liberal del tiempo de la Restauración. Con sus libros de historia quería vengarse de la nobleza por la presión secular de sus antepasados. Como estilista era romántico; como político no tenía el menor entusiasmo por la Edad Media.

El estilo de Thierry estaba en voluntaria reacción contra la historiografía de la Ilustración. No utilizó las grandes lecciones de la escuela de Voltaire, no habla ni de las finanzas ni de la legislación; no emplea casi documentos. Los nombres de los reyes merovingios, no los cita nada más que en su forma francesa, como si por tales detalles se prestara servicio a los conocimientos históricos. El piensa que la exacta observación de la vestimenta histórica es lo más importante para dar la cabal realidad.

Decir, finalmente que Thierry, en opinión de la mayoría de autores consultados, no era un gran escritor y no hizo obras maestras. La lengua queda pálida y floja, la narración carece de encanto, las partes de la composición se desligan unas de otras, los personajes no tienen vida. “Thierry no poseía nada de la psicologia penetrante de Ranke, sabía describir la ropa y armas de los héroes pero no sabía penetrar su ser íntimo”.

Leo

Heinrich Leo nació en 1799 en Rudolstadt y fue profesor en Berlín. Entre los historiadores alemanes Leo es quien mejor puede ser ubicado en la escuela narrativa. Contó en su mejor obra, siguiendo la doctrina del color local, la historia de los Estados italianos de la Edad Media, siguiendo el estilo de las crónicas contemporáneas. Empleó sus fuentes sin crítica y frecuentemente extrajo datos de autores de segunda mano; pero trajo en lugar de la seriedad tradicional y helada del norte una clara simpatía para la naturaleza indómita del mediodía. Además no era mal escritor. Este hombre tampoco presentaba la comprensión de los problemas propiamente históricos. Como verdadero historiador romántico solo ofreció una portada coloreada.

Escribió obras interesante como Geschischte der Italienischen Staaten (1829) o Vorlesungen uber die geschischte des judischen Staates (1818).

La Escuela del Lirismo Subjetivo

Según señalan prestigiosos profesionales como los profesores Bloch[6] o Vilar la tendencia subjetiva y lírica está emparentada con la escuela narrativa. Ésta se apoyaba sobre la novela histórica del romanticismo, la otra sobre el apasionado lirismo subjetivo que había surgido en tiempos del romanticismo en oposición a la poesía artificial, galante y didáctica del siglo XVIII.

La escuela lírica apenas comprende los problemas específicamente históricos, acercándose más todavía a la historia al arte. Buscaban que la emoción del lector no derivara solamente de la exposición objetiva de los sucesos, sino que el lector entrara en contacto directo con las sensaciones del autor. Creían producir su mejor efecto cuando el lector se imaginaba revivir los sucesos contados. Es decir, que renunciaba a la perspectiva histórica.

Michelet

Michelet, como bien indicaba la historiografía lírica, tenía una personalidad notable y era un poeta decidido. Escribió en abierta oposición a la escuela doctrinaria. Encontraba que sus predecesores carecían de corazón, no se interesaba por analizar la historia. Donde los otros veían principios e instituciones en lucha, el percibía la plenitud de la vida, la intensidad de las pasiones humanas. Este autor sólo puede producir grandes cosas cuando trata un tema hacia el cual se siente atraído. Quizá ninguna otra obra de historia tiene partes tan desiguales como su Historia de Francia. Allí donde el sentimiento de Michelet está comprometido pinta cuadros jamás sobrepasados en su genero. Fue el primero en consultar para la historia de la Revolución, una masa considerable de piezas de archivo. Pero de lo que había encontrado hacía un uso completamente arbitrario. Apreciaba los documentos históricos en lo que ellos podían inflamar su sentimiento patriótico. En consecuencia su obra maestra fu la Historia de la revolución francesa. Más que un libro de historia es una epopeya nacional que se abstiene completamente de dilucidar problemas políticos y sociales. Las fuentes son utilizadas sin ninguna crítica.

Michelet se proclamaba siempre con orgullo hijo del pueblo, y describió con simpatía apasionada el gran movimiento que representaba la causa de ese pueblo.

La historia du moyen age que habitualmente se considera la parte más notable de la historia de Francia, es bastante inferior a los capítulos sobre la revolución. Los sentimientos democráticos y nacionalistas no podían excitarse más que considerando la vida religiosa de la Edad Media francesa como cosa nacional por excelencia y rindiendo culto a los santos del pueblo como héroes nacionales. Es decir que el, que estaba bien lejos de tener la fe de la iglesia se exaltaba por esta como consecuencia de una confusión romántica de los sentimientos. Destaca en esta obra por las insuficiencias de su método, pobreza de sus fuentes, todo ello distintas a los relatos tan abundantes sobre la revolución.

Como escritor Michelet se ligaba estrechamente al Romanticismo, pero no se adhería a su doctrina política. Su pasión política era su única doctrina.

Carlyle

Nacido en 1795 en Escocia fue profesor libre en Edimburgo, después literato y murió en 1881. Escribía la historia en Inglaterra, seguía todavía más que Michelet sus impresiones personales y no se preocupaba de ninguna opinión política. Sus argumentos eran quizás de una fuerza popular aún más sorprendente pero tenía menos valor intrínseco. Hizo de un tema de explicaciones políticas e históricas, una cuestión personal.

Su mal era la inquietud interior, el escepticismo. Según creía él los antiguos ideales estaban destruidos debido a la Ilustración y no tenía confianza en los nuevos, en los de su época. Su historiografía es todavía mucho más subjetiva que la de Michelet. Las consideraciones históricas de Carlyle no tocaban problemas sociológicos y políticos.

No trató la historia sino por biografías individuales. El ensayo proyectado sobre las guerras civiles inglesas y la República se redujo a un libro sobre Cromwell. Carlyle no se interesaba por los problemas políticos o sociales de la Revolución Inglesa, sino únicamente en una poderosa personalidad y aun en ciertas cualidades determinadas de ese personaje, con las cuales se fortalecía su ánimo. Su libro sobre Comwell, como biografía de un estadista y militar, es también incompleta. Solo busca pintar el carácter y no la acción histórica de sus héroes, ni aun busca asignarle un lugar en la historia política de Inglaterra.

Carlyle solo disponía de conocimientos históricos deshilvanados, reducía la complicada historia de la Revolución Inglesa a una sola situación simple: la lucha de un héroe con grupos incapaces.

Él no había nacido para ser analista, sino narrador, y no narrador épico de gran estilo como Michelet. Era un novelista del género de Dickens, un pintor costumbrista. Tomó del Romanticismo su entusiasmo por el color local y suprimió todo lo que no comportaba descripciones coloristas.

Como escritor, tenía un incomparable talento descriptivo. Pocos han sabido trabajar como él la materia histórica de modo de hablar al sentimiento del lector. La voluntaria excentricidad de su estilo choca a las personas de gusto delicado, pero impresiona mucho al grueso del público.

Con respecto a su valor historiográfico, la ciencia histórica no puede reconocer en Carlyle un pensador ávido de verdad ni considerarlo más que cómo un predicador que buscaba en la historia una consolación y tomaba temas históricos como textos de meditaciones edificantes.

Froude

James Anthony Froude nació 1818 en Dartington y fue profesor de Historia Moderna en Oxford, muerto en 1894; estuvo muy ligado a Carlyle, del cual fue biógrafo. Su obra capital es The History of England from the fall of Wolsey to the Defeat of the Spanish Armada.

Froude intentó una síntesis de las opiniones de Carlyle con el arte de narrar de Macaulay.

En la concepción de la historia se atenía a su maestro y amigo Carlyle. Participaba con el poeta escocés del entusiasmo por la fuerza y los hombres fuertes, por lo menos cuando combatían por la buena causa. Tomo como modelo la actividad de Macaulay, pero había tomado de Carlyle el arte de hacer un llamado eficaz a la sensibilidad de los lectores. Sin recurrir a las excentricidades sinceras o artificiales de Carlyle, hizo latir con fuerza los corazones de los ingleses por los grandes hombres de su historia.

Froude sobrepasó a Maculay en patetismo. Trataba la historia como abogado. No solamente era parcial sino que buscaba defender su posición, indiferentemente por buenos o malos medios. Alteraba y falseaba sus fuentes a voluntad. Estaba, como Carlyle, demasiado impregnado de prejuicios de moral puritana para poder cumplir valerosamente hasta el final este ensayo de rehabilitación.

Por otra parte carecía tanto como Carlyle de la suficiente comprensión por las necesidades políticas y económicas de un Estado. Jamás reconoció que movimientos que no le eran simpáticos pudiesen ser justificados históricamente. Persiguió con odio ciego a la Contrarreforma. Le faltaba la educación práctica de Macaulay. No sabía manejar documentos políticos.

Froude negó en principio que se tenga el derecho de proponer a la historiografía exigencias científicas (sociológicas). Ponía al historiador en competencia con el

LA UNIÓN DEL ROMANTICISMO CON EL MÉTODO DE CRÍTICA FILOLÓGICA Y LA HISTORIOGRAFÍA CIENTÍFICA

El método de crítica filológica

Según señala Fueter en su obra[8], desde que, con Blondus, surgió la historiografía de las antigüedades, todo historiador erudito que se respetaba había buscado dar la apariencia de cimentar su narración en las fuentes. No obstante, aunque en ocasiones se había puntualizado que ciertos datos de las fuentes no podían ser tomados a primera vista como hechos históricos ciertos, y se habían tachado de parciales a algunos historiadores, tales observaciones no se habían reducido a sistema.

Además, para los antiguos historiadores, las narraciones aproximadas al tiempo en que habían sucedido los hechos eran más seguras que otras más recientes. Pero no se les ocurría preguntarse, en el caso de que no dispusieran más que de estas últimas, hasta qué punto podían pasar por reproducciones de antiguos y buenos datos.

Aquí es donde interviene el nuevo método de crítica filológica. Éste se caracteriza porque el historiador, antes de ponerse a redactar su narración, examina las fuentes como tales y, eventualmente, las descompone. Hay dos operaciones a considerar aquí. Una, el trabajo filológico propiamente dicho, consiste en descomponer la fuente en sus elementos utilizables y no utilizables; sean los antiguos (contemporáneos) y los nuevos, sean las narraciones de primera y de segunda mano. La segunda se ocupa de la crítica interna. Busca descubrir la tendencia que ha guiado al autor en su composición y establecer la concepción que dominaba en su pensamiento (quiere explicar la fuente por la situación de su autor y, al mismo tiempo, la crítica).

Las dos operaciones son igualmente importantes y los maestros del método, Ranke y Baur, las practicaron simultáneamente con el mismo cuidado. Sólo a consecuencia del carácter diferente de la tradición histórica uno de los dos procedimientos predomina sobre el otro. Así, el primero es absolutamente para las partes de la historia sobre las cuales no tenemos más que fuentes poco abundantes y frecuentemente de segunda mano, para casi toda la historia antigua y para la mayor parte de la medieval, cuando las fuentes (literarias) se han perdido o su fecha y su dependencia recíproca no están bien establecidas, el método de disertación filológica tiene la precedencia. Es menos importante para la historia moderna y en general para todos los campos donde abunden las fuentes originales.

En cuanto a su tendencia primitiva, el método de crítica filológica (que era llamado por sus adeptos método de crítica histórica) no nació de la reflexión científica. Parece que tiene raíces, sobre todo, en la oposición inglesa que se manifiesta en el siglo XVIII contra el clasicismo (humanista) de los epígonos de la poesía francesa.

El método filológico en sí no tiene nada que ver con las tendencias estéticas o nacionalistas. En Ranke está completamente desligado de ellas. En él sirve para hacer prevalecer la verdadera y natural psicología histórica sobre el pragmatismo artificial de la Ilustración. Más tarde, en principio por lo menos, borró esta intención. Sin embargo, siempre guardó un resto del espíritu de oposición contra el dogma de poderes inmutables.

De otro lado, la historiografía, por mucho tiempo, sólo ha usado muy irregularmente este método. Al principio no fue utilizado nada más que por la historia erudita y resultó que fue aplicado principalmente en dominios sobre los cuales antes (en Alemania) habían trabajado los investigadores eruditos (a saber, la historia política, eclesiástica y, quizá, la historia del derecho).

No fue una ventaja para la ciencia porque se amplió así enormemente la separación entre esos dominios y los que se abandonaban a los aficionados. Lo que se llama historia de la civilización fue casi excluido de la ciencia. Se formó el singular prejuicio de que el historiador de la civilización podía escapar a la crítica histórica. El historiador político, se pensaba, estaba obligado a buscar si una historia había sucedido como las fuentes lo narraban; para el historiador de la civilización, el relato de la fuente conservaba su valor cuando más, como testimonio de la forma de pensar de la época.

Por lo que respecta a su difusión, el método crítico filológico es, por su origen, un producto puramente alemán. Era en su nacimiento algo nuevo para la misma Alemania, y encontró allí, en los primeros tiempos, bastantes resistencias. Pero triunfó en su país natal más rápidamente que en otra parte. Se expandió muy lentamente por los otros países. En Inglaterra no ha sido admitido hasta estos últimos tiempos y, en Francia, eruditos como Taine y Fustel de Coulanges casi lo ignoraron.

Este adelanto cronológico fue de gran importancia. Es a esta acogida precoz hecha a la crítica histórica que Alemania debe la superioridad que falsamente se le asigna para otras épocas. Actualmente, este método no es ya privilegio de un país; la historia seria se sirve de él en todas partes igualmente.

Finalmente, habría que referir aquí las objeciones que se hicieron contra el método. Y es que le han sido dirigidos principalmente dos reproches. Uno toca, más que al método mismo, a la mala aplicación que de él se hace. Se trata de numerosos historiadores que descuidaron los problemas propiamente históricos para ocuparse exclusivamente de la crítica filológica de textos. Eso sucedió frecuentemente desde la iniciación. Es cierto que entre los discípulos de Ranke, muchos que pudieron ser excelentes filólogos se ocuparon de historia, pero no tenían disposiciones para la historia. Es cierto aún que intercalando digresiones sobre la crítica de las fuentes, muchos historiadores han hecho de sus obras un conglomerado poco atrayente de exposición y de investigaciones.

En segundo lugar se reprochó al método crítico un escepticismo exagerado. Este reproche es menos justificado todavía que el primero. Y es que es insostenible la suposición de que se puede confiar en un relato porque es de primera mano y no lleva signos visibles de invención tendenciosa: abstracción hecha de la consideración de que la segunda condición no es realizable, a decir verdad, porque no se sabría reconstruir con seguridad las tendencias conscientes e inconscientes que deben manifestarse en la redacción de cada dato. Aunque se logre probar que el relato que tomamos por base de nuestra exposición ha sido redactado en el mismo instante por testigos imparciales y capaces, siempre contendrá faltas de observación de conjunto. Todos los datos detallados son sospechosos aunque se encuentre en él buenas fuentes.

Niebuhr

Barthold Georges Niebuhr, hijo del célebre viajero Karsten Niebuhr, nació en 1776 en Copenhague. En 1796 fue nombrado secretario privado del ministro danés Schimmelmann; en 1800, asesor en el colegio comercial para el Departamento de las Indias Orientales; en 1804, director del Banco de las Indias Orientales en Copenhague; en 1806, atraído a Berlín por Stein, es empleado en el ministerio de finanzas; en 1810, licenciado del servicio prusiano y nombrado historiador real; en 1816, enviado a Roma como encargado de los asuntos prusianos ante la Curia; en 1823, fue nombrado profesor de historia antigua en Bonn, donde murió en 1831.

Su obra principal es la Römische Geschichte. Los dos primeros volúmenes (hasta la primera guerra samnita) aparecieron en 1811 (muy modificados en las ediciones siguientes; citamos según la primera edición); la tercera (hasta las guerras púnicas) no fue publicada hasta 1832, después de la muerte del autor. Fue completada con la publicación, según cuadernos de curso de Bonn, de Vorträge über römische Geschichte (1846-1848), Römische Alertümer (1858) y Alte Geschichte (1847 a 1851). Es también un curso académico como Geschichte des Zeitalters der Revolution (1885). Cf. además Nachgelas sene Schriften nicht philologischen Inhalts (1842) y la biografía de su padre.

Aunque se pueda hacer objeciones a sus estudios, Barthold Georges Niebuhr deberá ser citado siempre como el fundador del método de crítica filológica en historia. Tratando los períodos “oscuros” fue el primero en poner fin a la transcripción racionalista y a la interpretación pragmática de los relatos legendarios e indicando el camino por el cual el investigador basándose en el material auténtico conservado sin ser comprendido por la tradición, podía poner en el lugar del relato legendario una exposición histórica positiva.

Un curioso azar llevó a Niebuhr a tratar un tema sobre el que casi nada restaba por hacer a la crítica negativa. La insuficiencia histórica de la tradición sobre los primeros siglos de la historia romana había sido clásicamente demostrada en las Consideraciones de Beaufort. Hasta se habían descubierto en gran parte las fuentes impuras en donde habían bebido Tito Livio y sus predecesores. Los que sólo buscan el lado destructor de la crítica comprobaron en la Historia romana de Niebuhr no un progreso sino un retroceso.

Pero la crítica, en el antiguo sentido de la palabra, no era más que un aspecto y quizá el más débil de Niebuhr. Él inauguró una nueva época en la historiografía en cuanto no se contentó, como Beaufort, con rechazar en conjunto la tradición legendaria, sino que buscó sustituirla por una concepción positiva. Una intuición histórica espontánea se unía en él a ideas románticas tendenciosas.

Su punto de partida era completamente romántico. Bajo la influencia de Herder y más aún de románticos contemporáneos como Fréderic Schlegel, imaginaba una vieja epopeya romana “que por la profundidad y el brillo de la imaginación deja muy atrás todo lo que Roma produjo después” (I, 179). Su propósito era restablecer esa epopeya y liberarla de las interpretaciones y de las alteraciones racionalistas de la historiografía antigua del Aufklärung. Quizá el recuerdo de cantos populares históricos oídos en su infancia, le hizo suponer en la antigua época romana un tesoro de alta poesía desaparecido.

La hipótesis de cantos populares sobre los cuales se habría fundado la tradición romana no era nueva. Beaufort la había admitido. Niebuhr difirió de su predecesor por la curiosa veneración que, en calidad de romántico, tributaba a esta pretendida poesía popular. Ponía este producto ficticio del espíritu popular de Roma por encima de la misma historia. Como a los demás románticos, por desagradarle la trivial poesía de salón del siglo XVIII, había perdido de tal modo el sentido de una forma artística, que no encontraba poesía original nada más que allí donde los sentimientos no estaban expresados sino presentidos. Nada habría que decir si esos sentimientos vagos no fueran un pésimo criterium histórico. Frecuentemente tomó por poesía lo que no era más que pura ornamentación de retórica o invención tendenciosa.

No obstante, no es este entusiasmo romántico por la poesía popular lo que da a la Historia romana de Niebuhr su valor particular. A esta disposición que lo alejaba de manera inquietante de una historia verdadera, se unía una despierta inteligencia para ciertos aspectos de la realidad histórica. Niebuhr no se ligaba únicamente a Herder y a Schlegel sino también a Möser. Como él, juzgaba al Estado y a la historia desde el punto de vista del campesino libre. Sin embargo, mezclaba, lo que Möser jamás había hecho, reflexiones morales a razonamientos políticos. Con todo, donde Niebuhr se identificaba plenamente con el autor de la Historia de Osnabruck, es en que tenía conocimiento práctico de la vida rural de su región natal y no comenzaba como la mayor parte de los ciudadanos, por construcciones académicas.

Cuando historiadores retóricos como Tito Livio discurrían sobre la vida rural de los tiempos antiguos se la figuraban como un idilio filosófico, como una emocionante escena de teatro a la manera de Rousseau. Niebuhr rompió completamente con esta ilusión. No presentó una escena pastoril sino un Estado de campesinos como el que él había conocido en su juventud en el Dithmarschen: campesinos libres, laboriosos, obstinadamente atados a los viejos hábitos, que vivían en sus propiedades.

Aún más que Möser consagró este tipo como un dogma. No idealizó su Estado agrícola, pero no admitió nada a su lado. Todo lo que favorece la existencia de los campesinos libres le pareció bueno. A pesar de sus sentimientos conservadores odiaba a los patricios como un liberal. Su política egoísta era tan funesta como la sed de conquistas de Roma (la extensión del Imperio Romano ocasionó su decadencia no solamente política, sino moral).

No es por casualidad que Niebuhr no continuó su historia romana más allá de los más antiguos tiempos: solamente a ellos se acomodaba su talento. Los problemas políticos y sociales de los primeros siglos no habían sido dilucidadas desde Möser con tanta sagacidad y sentido práctico. No hubiera sido capaz Niebuhr –sus cursos lo demuestran- de juzgar sanamente la política de expansión de los períodos siguientes. Era un carácter cerrado, confinado desde temprano en la soledad intelectual; se parecía demasiado a los campesinos de su país. Exigía a los otros como a sí mismo una estricta lealtad; no podía comprender una concepción más ligera de la vida. No entendía ni la transformación que ha hecho de Roma un gran Estado ni el nacimiento de su civilización de gran ciudad. Rechazaba con dureza lo que no coincidía con su ideal campesino.

Pero a despecho de sus prejuicios de casta, Niebuhr, jamás olvidó las lecciones de Möser. Era conservador en política, en el sentido del Romanticismo; pero como historiador no se atenía a los dogmas de la ciencia política restaurada.

Niebuhr dependía también de Möser en que no consideraba las ideas religiosas como fuerzas históricas. Pero era completamente original en su método. Fue el primero que trató de esclarecer por medio de la crítica positiva, es decir, del análisis filológico de las fuentes, una época de la cual casi no tenemos testimonios. Ensayó restituir todo un sector de la historia por medio de los restos de una buena tradición, que se puede encontrar en fórmulas incomprendidas, en antiguas máximas de derecho, en datos fragmentarios de gramáticos. Procuró distinguir los hechos que la historia narra, según que fueran de antigua o reciente adquisición, “oropel retórico” (I, 208) o informaciones aceptables. Siguió la historia de la tradición y tachó ciertos datos de “ordenamiento devoto por un espíritu religiosamente ligado al carácter sagrado de los números” (I, 1888). Aunque se haya equivocado frecuentemente, este método inició una nueva era en la historia de las investigaciones históricas.

Por otra parte, atendiendo al Niebuhr escritor, puede decirse que, a pesar de todos sus defectos, la Römische Geschichte habría podido resultar una obra clásica si su autor hubiese sabido escribir mejor. Pero carecía de todo talento de escritor. El estilo era denso y desmañado (sobrecarga de participios, de incidentales, de intercalaciones torpes) y la composición totalmente desorganizada (relato, investigación y resumen, todo mezclado). Niebuhr interrumpe constantemente la narración con digresiones arqueológicas y coloca sus investigaciones críticas sin hilación entre fragmentos de la epopeya histórica que pretende haber restituido.

Finalmente, habría que hacer mención de la relación de Niebuhr con otros tres grandes pensadores: Friedrich August Wolf, Karl Ottfried Müller y Karl Wilhem Nitzsch.

Del primero (filósofo; 1759 a 1824) Niebuhr había tomado el arte de descomponer en sus elementos primarios una obra que se remonta a fuentes antiguas, hoy perdidas. Su ensayo de reconstrucción por medio de los primeros libros de Tito Livio, de la epopeya nacional romana, sobre la cual se funda, se apoya sobre la teoría de los cantos que su predecesor había opuesto a un Homero único. Wolf era por otra parte un crítico mucho más sobrio que Niebuhr. Sus Prolegomena ad Homerum (Halle 1795) están, por la sagacidad de la reflexión, muy por encima de la Römische Geschichte. Sacrifican menos a un entusiasmo nebuloso por la poesía natural y popular. Eso no impide que los resultados a que llega la crítica positiva de Wolf no sean tan insostenibles como los de Niebuhr.

Respecto al segundo gran pensador, Ottfried Müller (filólogo; Brieg, 1797-Atenas, 1884), éste transportó el método de Niebuhr a la antigua historia de Grecia. Como su modelo, quiso acabar con el método pragmático y reconstituir con deducciones sacadas de reliquias incomprendidas, la historia de las antiguas tribus griegas. Desgraciadamente sus obras (Die Geschichten hellenischer Stämme, I Orchomenos und die Minyer, II Die Dossier, 1820-1824; Geschichte der griechischen Literatur –inconclusa-, 1841; Lebensbild in briefen von O. und G. Kern, 1908), que han quedado fragmentarias, casi no pueden ser tratadas en nuestra historia. Era superior a su modelo como escritor, pero la narración y las investigaciones no están bien separados.

Por último, Nitzsch (historiador; Zerbst, 1818-Berlín, 1880). Fue entre todos los historiadores que siguieron, el más fiel al método y a las ideas de Niebuhr. Como su maestro, concibió la historia de Roma como la historia de la clase campesina romana, y pidió que toda exposición fuese precedida de un estudio exacto y sistemático de las fuentes. Desgraciadamente, como muchos otros discípulos de la escuela de Niebuhr, no salió de los estudios críticos y de las monografías.

Los dos cursos publicados después de su muerte por sus alumnos, Geschichte des deutschen Volkes bis zum Augsburger Religionsfrieden (1883 a 1885) y Geschichte der Römischen Republik (1884-1885), muestran que Nitzsch hubiera podido distinguirse como narrador. Contrariamente a la historiografía política liberal, jamás perdió de vista el pensamiento fecundo de Möser y de Niebuhr, de que el desarrollo político se apoya sobre cambios económicos. Como Niebuhr aspiraba a una visión concreta de las cosas.

Ranke y su escuela

Biografía y Obra

Leopoldo Ranke (ennoblecido en 1865), nacido en 1795 en Wiehe en Turingia, en 1818 profesor del gimnasio de Francfort (sur) I´Oder, llamado después de su primera obra a la Universidad de Berlín (prof. Titular en 1836), 1827-1831 en Viena y en Italia (Venecia y Roma) investigando en los archivos, de 1833 a 1836 redactor de la Historische-politische Zeitschrift, nombrado en 1941 historiógrafo prusiano, fallecido en 1886 en Berlín. Se inició en la Historia con Geschichten der romanischen und germanischen Völker von 1494. No apareció de ella nada más que un primer volumen (hasta 1514); de ahí que se le cambiara el nombre por Obras (1874). A esta obra le siguieron Die römischen Päpste, ihre Kirche und ihr Staat im XVI und XVII. Jahrhundert 1834 y Deutsche Gescichte im Zeiltalter der Reformation 1839 a 1847. La obra de los papas esta completada con Die Osmanen und die spanische Monarchie im 16 und 17 Jahrhundert 1877. A la historia de los siglos XVI y XVII pertenecen Französische Geschichte vornehmlich im 16 un 17. Jahrhundert s1859 a 1868?, Geschichte Wallensteins (1869) y numerosos escritos menores: Don Carlos (1829); artículos sobre la historia de Venecia, de Florencia. Los trabajos de Ranke sobre la historia de Prusia se refieren en general a la historia de los siglos XVIII y XIX. Ranke termina su actividad historiográfica con una Weltgesghichte que quedó inconclusa. Ranke tomó parte considerable en la fundación de los Jahrbücher des deutschen Reiches y de la Historische Comisión de Munich (1858). Debemos destacar también dentro de las obras de Ranke su poca preocupación por la literatura.

Adentrándonos un poco en este personaje debemos hablar en primer lugar de su ideología. Ranke es el más grande maestro del método de crítica filológica tomó también del Romanticismo las premisas de su historiografía. Ranke rechazó las especulaciones dogmáticas del Romanticismo y no conservó de sus lecciones nada más que lo que estaba de acuerdo con su observación empírica del presente.

Ranke buscó comprender la historia, a diferencia de Hegel. Se atuvo al sistema de filosofía de la historia que prestaba más atención a la situación política de la Europa contemporánea y evitó en lo posible los juicios de valor dogmático. Tomó la ideología histórica tal como había sido formulada por Guillermo de Humboldt.

Partía en absoluto de la observación del presente. La dependencia en que se encontraba la ideología histórica del conflicto contemporáneo entre el principio liberal y el principio conservador es todavía más evidente en él que en Humboldt.

Ranke sacó conclusiones para la Historia. En las grandes obras de su madurez por lo menos, se encierra en el círculo de las naciones civilizadas que, a pesar de sus muy marcadas diferencias, podían ser miradas como formadoras de una unidad política; por otra parte, trató el período en que una misma y única tendencia dominaba la historia de los pueblos románicos y germánicos. Con el conocimiento de sus fuerzas eligió por tema especial de estudios el período de la Reforma y la Contrarreforma.

La originalidad de Ranke, según señala Collingwood[9], no reside en su concepción de la importancia de las ideas en la historia. Más que ningún otro defendió la opinión de que las ideas que obran en la historia no son fuerzas trascendentes, sino creaciones inmanentes, las exigencias concretas de ciertos hombres. Se abstuvo de la crítica de las ideas; el historiador sólo debía describir, no juzgar las tendencias dominantes. Se inclinaba a espiritualizar luchas materiales de intereses con la ayuda de las ideas supuestas.

El siguiente punto a tocar dentro de nuestra exposición es el referente a Ranke como adversario de las teorías nacionalistas de la historia. Lo característico en Ranke es el modo de cómo combinaba la ideología con sus ideas sobre la importancia de las relaciones internacionales. Ranke tenía la ventaja de no partir de una fe dogmática en beneficio para la nacionalidad, pero no negaba su importancia, pero la subordinaba al punto de vista europeo. Para él el desarrollo histórico no se cumplía en un solo pueblo sino en toda la agrupación romano-germánica.

Se podría ver en todo ello una tendencia hacia el liberalismo, sino divergiera de éste en que Ranke consideraba las manifestaciones de fuerza exterior en la vida de los Estados. Ranke no soñaba con aplicar sus ideas sobre la importancia de la fuerza a la historia política interior.

Ranke insistió en las modificaciones continuas que las cuestiones internacionales de fuerza hacen sufrir a la política de los Estados europeos. Todas las fórmulas místicas de desarrollo por las cuales los románticos ensayaban para explicar la historia van a desaparecer desde que se comprobó que la historia particular de los estados no seguía unas leyes propias, sino que está determinada por el encuentro de los intereses de fuerza de las diferentes regiones.

En lo que respecta a la concepción artística de la Historia para Ranke debemos decir que esta concepción imparcial de la fuerza no se debía a que Ranke era prusiano, ella se apoyaba más en sus disposiciones artísticas. Ranke tenía demasiado sentido artístico para no situar toda la fuerza viva en su verdadero lugar. El poderío de un pueblo le parece un bien en sí mismo, sino esta al servicio de la humanidad, de la nacionalidad, etc.

La naturaleza artística de Ranke se desplegaba con mayor riqueza todavía cuando lleva su atención sobre los individuos o a lo que debemos llamar su psicología histórica. En su concepción artística del mundo lindaba con el Romanticismo. El placer que toma en la vida fresca y coloreada recuerda a Walter Scott. Pero en su psicología se alejaba de él y de los románticos en general. Ranke buscaba penetrar hasta el fondo de la personalidad.

Rechazó los juicios banales de la moral burguesa tanto como las exterioridades poéticas de la psicología romántica. No descansó hasta que hubo puesto al descubierto la vida psíquica de los personajes históricos, hasta en sus más finas ramificaciones, penetrando en los pensamientos y sentimientos ajenos.

También el análisis psicológico de Ranke tenía sus límites. Sólo era plenamente satisfactorio cuando se aplicaba a naturalezas que tenían afinidad interior con la suya. A pesar de todo era demasiado artista para rechazar personalidades que no le eran simpáticas, tratando de comprenderlas en lo posible, pero sin llegar a expresar más que una parte de su ser.

La necesidad de un análisis psicológico penetrante hizo de él el más grande maestro de este método (método filológico crítico). La verdadera naturaleza de los hombres no se revela más que cuando el historiador remonta a las manifestaciones inmediatas de primera mano. Solamente con estas podrá juzgar las intenciones de los autores y reemplazar con una psicología verdadera de la psicología histórico ficticia de un Walter Scott.

Hasta entonces se había tomado a los historiadores más distinguidos por las mejores fuentes. Ranke fue mucho más severo. Buscó ante todo reconstruir la psicología del mismo historiador y sus intenciones en el momento de la redacción. Mostró con ello, que para apreciar el grado de fe que merecen tales datos es necesario haber fijado el carácter de la obra histórica íntegramente.

Cuanto más fuertemente impresa está la individualidad de un historiador, más sirve su libro a fines del publicista, menos, en el sentido de Ranke, sirve para utilizarlo como fuente. Lo mejor seria no prestar atención a historias escritas y atenerse a testimonios directos. Ranke no sacó esta conclusión pero le franqueó el camino en su método; empleo abundantemente relatos diplomáticos, escasamente fuentes narrativas, tanto como le permitía el material conservado.

En base a su modo de emplear las fuentes debemos decir que era un tanto defectuoso y unilateral. El método de Ranke pedía ser todavía corregido y completado antes de ser satisfactorio para la ciencia.

En primer lugar, Ranke trataba con poca crítica los informes de los embajadores; olvidaba que tanto historiadores como autores podían estar inclinados a dar a sus relatos un giro tendencioso.

En segundo lugar, el empleo que hizo de ciertas fuentes tuvo otra consecuencia más enojosa. Fue inducido a juzgar hechos históricos desde el punto de vista de los gobiernos; la naturaleza de sus autoridades lo llevaba a tomar conocimientos de grandes transformaciones históricas, de cambios universales en la vida económica, social y religiosa.

Ranke nunca hizo depender el desarrollo histórico del estado y de los conductores de los Estados en forma tan exclusiva como algunos de sus discípulos. En sus exposiciones históricas, Ranke llegaba finalmente a mostrar cómo gobernantes y diplomáticos se ponían de acuerdo con las tendencias dominantes de su tiempo.

Evidentemente el método de Ranke no puede aplicarse más que a una sección poco considerable de la historia. Depende de la existencia y de la conservación de informes diplomáticos continuos. Por tanto, solo se puede utilizar para la historia europea a partir del siglo XVI. Únicamente da resultado cuando está en presencia de fuentes que no sean narrativas. En la interpretación de las fuentes históricas siempre se mostró filólogo. Desde el momento en que un escrito tiene algún carácter literario, ningún matiz se le escapa. Pero no sabía que hacer con los documentos de asuntos materiales. Ranke se atenía a narraciones elaboradas, precisamente allí donde habría debido remontarse a los materiales de primera mano. No creía que se pudiera reconocer por documentos, el carácter de un sistema de gobierno o de un personaje. Por tanto, un sistema de gobierno requiere ser conocido por sí mismo; los relatos de extranjeros, aun los mejor informados, no bastan.

Todas estas tendencias encontraron una perfecta impresión en las formas que Ranke da a sus obras como escritor:

Su sentido artístico no se desmiente en su trabajo de escritor. Consiguió hacer de la lengua un instrumento dócil de su pensamiento. Su expresión, cargada de ideas, resulta siempre clara. Resalta las líneas principales usando los más finos matices. Evita las alusiones directas a partidos actuales y se entrevé en todas partes las tendencias políticas del momento. Es más apropiada para los retratos u las consideraciones que para la narración y se observa una cierta inclinación hacia la reflexión.

Como estilista Ranke participa del Romanticismo. Busca el color y el relieve. Su narración esta sobrecargada de multitud de detalles. Pinturas anecdóticas se introducen de forma ordinaria en la narración e intento la alianza entre el método analítico de la Ilustración y la exposición colorida y vivaz del Romanticismo; por lo que Ranke buscó en la composición de sus obras conciliar la Ilustración con el Romanticismo.

Cada vez es más unilateral. La historia política exterior absorbe su interés. Sus hombres políticos son cada vez más espiritualizados llegando a ser representantes impersonales de tendencias reinantes.

Excluye del texto las disertaciones críticas sobre las fuentes. Su exposición debía poner en evidencia la marcha de los sucesos y su encadenamiento.

La oposición secreta que Ranke mantenía con las tendencias del día producirán ciertas consecuencias. En voluntaria oposición a la escuela liberal tanto como a la escuela romántica, Ranke buscaba mantenerse libre de las tendencias del día y de la historiografía de los publicistas. Pero a pesar de todo, la oposición que se encontraba frente a diversas tendencias reinantes ha obrado fuertemente sobre su actividad historiográfica.

Su análisis psicológico estaba en oposición directa con los juicios expeditivos y desfavorables de la Ilustración y de los liberales. Espiritualizaba la historia más allá de lo correcto. No negaba que la consideración de las ventajas materiales no representara su papel en la lucha de los principios, relegando a un segundo plano este aspecto de la vida pública y atenuaba en su narración los síntomas de pasiones bestiales.

Su oposición contra las teorías históricas del Romanticismo tuvo consecuencias análogas. Rechazando la especulación, exageró el carácter único de ciertos hechos históricos. Se abstuvo de examinar muchos problemas fundamentales de la historia.

La universalidad y originalidad de Ranke resaltan sobre todo el conjunto cuando se lo compara con los contemporáneos que antes de él o junto a él, siguieron tendencias análogas. Nos centraremos en dos ejemplos:

Augusto Neander, que profesó la ideología histórica antes que Ranke, pero sin tener su talento para el análisis psicológico ni para la critica de las fuentes.

Sainte-Beuve, distingue su actividad historiográfica de su contemporáneo Ranke por tomar el gusto artístico (de Ranke) por la psicología individual, su desconfianza critica ante las fuentes del género de las memorias y por su reducido interés especulativo por los problemas de la historia y de la política.

Discípulos de Ranke

Ranke ejerció sobre la historiografía una gran influencia, que perdura todavía y que se extiende más allá del círculo de sus discípulos propiamente dichos. Los espíritus independientes no se limitaron a la enseñanza del maestro, sino que fundaron escuelas nuevas.

WAITZ.-

Georg Waitz, nacido en 1813 en Flensburg, estudió con Ranke; después colaborador en los Monumenta Germaniae; en 1842 profesor de Kiel; en 1849 en Gatinga; en 1848 miembro de la Asamblea Nacional alemana; en 1875 llamado a Berlín como director de los Monumenta Germaniae, muriendo allí en 1886. Merece ser mencionado aquí sobre todo por su Deustche Verfassungschichte. De su mano se tiene, como grandes obras de exposición, Lübeck unter Jüngen Wullenweber und die curopäische Politik 1855 s. y Schleswig Holsteins Geschichte 1851 s. En los Jahrbücher des Deutschen Reichs trató la historia de Enrique I (1837), etc.

La actividad histórica de Ranke dependía estrechamente de su persona; su método era apropiado para formar buenos filólogos historiadores, pero no precisamente historiadores: es lo que se demuestra en la obra principal de su discípulo favorito G. Waitz, la Deutsche Verfassungsgeschichte, la cual deja como obra de historia mucho que desear. Waitz se detiene tímidamente ante el testimonio de las fuentes; carece casi de imaginación constructiva y de visión para las realidades de la vida política. Su trabajo no es jurídico; no es histórico y le falta la comprensión de las necesidades de la vida de un Estado.

El método de Waitz fue aplicado casi sin modificación a la historia de la constitución inglesa por William Stubbs, que al igual que el anterior era un erudito investigador más que un historiador. Reunió y ordenó metódicamente los materiales, pero no hizo un estudio profundo de historia ni de derecho constitucional, evitando las definiciones precisas aunque los testimonios eran más abundantes (a diferencia de Waitz).

GIESEBRECHT.-

Uno de los más allegados discípulos de Ranke, Frederich Wilhelm Giesebrecht, nació en 1814 (en Berlín) y falleció en 1889. Durante veinte años fue profesor en el gimnasio de Joachimsthal en Berlín; en 1857 profesor de la Universidad en Köenisberg; en 1862 llamado a Munich. Entre sus obras podemos citar: Geschichte der deustchen Kaiserseit (hasta 1190) de 1855 a 1895; trató la Historia de Otton II (1840) en los Jahrbücher des deutschen Reichs; etc.

Este personaje mantiene una estrecha afinidad con el anterior (Waitz). Los dos habían sido impulsados por el Romanticismo político a ocuparse de la Edad Media Alemana. Los dos rechazaban el realismo en la apreciación de los asuntos políticos. Los dos se preocupaban de recoger por completo las enseñanzas de las fuentes más que de discutir problemas de historia y de política. Este último se diferenciaba del anterior en el carácter pedagógico que daba en sus obras. Ranke definía la narración de este discípulo como viril y al mismo tiempo infantil, don que no tenían la mayoría de sus rivales.

Como escritor su composición es floja; su exposición prolija pero encontró mejor que nadie el tono apacible en la narración épica, en la cual jamás se pierde el hilo y pinta el aspecto sentimental de la historia así como gusta verlo el gran público.

FREEMAN.-

Edduard Augustus Freeman, nacido en 1823 en Harbone y fallecido en Alicante en 1892. Entra en nuestra historia por su History of the Norman Conquest of England; entre otros escritos suyos debemos mencionar The History of Sicily; History of Federak Government; The growth of the english constitution from the carlies times 1872; Comparative politics 1873; the chief periods of european history 1886, etc.

Freeman no era un espíritu crítico y no analizó las tendencias de los relatos originales con la misma fuerza que el maestro; tampoco sacó partido de los documentos no literarios pero hizo el trabajo preliminar del cual se liberaron en Alemania los discípulos de Ranke con la publicación de los Jahrbücher des Deutschen Reiches.

Se atenía a las relaciones de primera mano. Las reproducía textualmente y apenas se permitía hacer una selección en el material de los hechos conservados por la tradición medieval. Quería ser algo más que un sabio coleccionador. Buscaba elevar sus tendencias políticas a la altura de la ciencia. Sentía interés por la política de su país y de su tiempo y su atención se centraba en los grandes asuntos y las decisiones de alto vuelo, interesándose por los problemas políticos. Su actividad como historiador se aplicaba al estudio comparativo de las instituciones políticas. Freeman tenía un sano sentido político pero jamás comprendió que se pudiera dar un juicio útil sino después de haber examinado en sus efectos todas las instituciones políticas sin miramiento por las simpatías personales.

Jamás altero las noticias de las fuentes; sus reflexiones son parciales y superficiales, pero dejaba subsistir intactos los testimonios históricos. Buscaba sacar lección de cada caso particular y con frecuencia resulta que la narración es deshilvanada. Sus trabajos cuentan también con un acentuado aspecto pedagógico, teniendo un gran valor educativo.

DROYSEN.-

Johann Gustav Droysen, nace en 1808 en Treptow del Rega y fallece en en Berlín. Fue un destacado historiador alemán. En 1829, profesor en el instituto Gymnasium zum Grauen Kloster de Berlín; desde profesor de Historia de la Universidad de Kiel; en 1861 fue llamado a la Jena y en 1859 a Berlín; en 1848 fue enviado como hombre de confianza del gobierno provisorio de Schlesvig-Olstein a la dieta de Francfort; más tarde sería elegido para la Asamblea Nacional.

Entre sus obras podemos mencionar: Geschichte Alexanders des Grossen 1833: continuada en la Geschichte des Helenismos I Geschichte der Nachfolger Alexanders 1836; Il Geschichte der bildung des Hellenistischen Staatensystems (1843); Geschichte der Preussischen Politik; Grundriss der Historik; además de pequeños escritos y traducciones.

El fundador de la escuela prusiana, Droysen, estaba más en estrecha relación que Ranke con la doctrina histórica especulativa del Romanticismo. Fue filósofo y partió de la política de Hegel pero con un pensamiento mucho más realista y en cuanto al método también franqueó el camino a las búsquedas ulteriores con una penetración y una perspicacia superior.

A diferencia de Ranke, Droysen partía como los liberales de un problema de la política contemporánea y quería obrar sobre política. Su historia estaba llena de la idea de nacionalidad y de cultura. Sus juicios eran unilaterales pero entró en el camino que conducía a un conocimiento más exacto. Droysen se diferenciaba de los liberales en que para él la moralidad y la cultura no sólo no sufren bajo el régimen militar, sino que no pueden expandirse más que en el seno de un Estado fuerte.

Las dos principales obras históricas de Droysen son: la Historia de Alejandro Magno y del Helenismo y la Historia de la política prusiana. Droysen juzgaba a los políticos griegos desde el punto de vista realista y con un espíritu dogmático de partido. Pedía a los defensores de la libertad griega la prueba de que el gobierno de los pequeños estados republicanos y la corrupción moral iban a la par. La Historia del Helenismo muestra que la civilización griega no podía extenderse en Oriente sino con la ayuda de los macedonios.

En la elección del tema era más unilateral que los liberales. Concedía un lugar insuficiente a los asuntos económicos y no se ocupaba de las condiciones geográficas de los sucesos históricos. La religión no existía para él. Se centraba en los príncipes y estadistas que habían sabido crear un imperio fuerte con materiales rebeldes. A diferencia de Ranke, no era partidario del método de Niebuhr. Droysen emprendió la redacción de la historia con documentos que Ranke calificaba de “sin vida”, por lo que cumplió la tarea donde la escuela de Ranke había fracasado.

LA TENDENCIA GEOGRÁFICA Y CHARLES RITTER

Consideraciones Generales

La doctrina de Carlos Ritter sobre la influencia histórica de las condiciones geográficas estaba emparentada con “la resistencia de la historia maltratada” (según la palabra de Lord Acton) contra los principios de la Revolución Francesa, resistencia que encontró su expresión en la doctrina política del Romanticismo. Éste había pensado que nuevas creaciones en la vida de los pueblos sólo podían mantenerse ligándolas a la tradición política nacional; Ritter quiso demostrar que las diversidades de la configuración del suelo oponían también obstáculo a los esfuerzos de la Ilustración hacia la igualdad. La Revolución y el Imperio habían trasladado los cuadros de sus instituciones francesas a Italia, a España, etc. A sus tendencias unificadoras Ritter opone la tesis de que el desarrollo y la constitución de los Estados dependen de condiciones geográficas (queridas por Dios).

Carlos Ritter debe al Romanticismo lo que tiene de mejor. De él aprendió a pesar la importancia de fuerzas inconscientes y lentas. No era una novedad llevar la influencia del clima y de la situación geográfica a la historia (los teóricos de la Antigüedad ya habían buscado relacionar, de manera exterior, ciertamente, el carácter de un pueblo con el clima, y en el siglo XVIII Montesquieu retoma con éxito estas ideas). Pero la acción recíproca entre la naturaleza de una región y su historia no había sido todavía sistemáticamente expuesta. Ritter buscó profundizar los efectos que produce sobre la historia, sin que los hombres que actúan se den cuenta de ello, la configuración geográfica de una región. Enseñó también que las condiciones geográficas no deben ser tenidas por inmutables.

Él mismo formuló muy claramente la diferencia de principio que lo separaba de sus predecesores (y que se vislumbra en la introducción a la primera edición de Erdkunde im Verhältniss zur Natur und zur Geschichte des Menschen, 1817, p. 3): Ritter participaba con los románticos del afectuoso abandono hacia las cosas dadas, a las cosas establecidas, pero evitaba recurrir como ellos a las fuerzas místicas, de empleo cómodo. Él y su discípulo Ratzel pusieron frecuentemente en primer plano, de modo demasiado exclusivo, las condiciones geográficas, y refirieron erróneamente a causas geográficas sucesos políticos que les eran imperfectamente conocidos. Pero sus opiniones estaban fundadas en la realidad. La historiografía nunca estuvo en buena postura creyendo poder dejar de lado las enseñanzas de la geografía.

Curtius

Ernest Curtius, filólogo, nació en Lübeck en 1814. Conoce Grecia por una larga permanencia allí como estudiante, enseña en el gimnasio francés y en el gimnasio de Joachmistal de Berlín. En 1844 es nombrado profesor en la Universidad de Berlín y preceptor del futuro emperador Federico III; en 1856, profesor de filología clásica y arqueología en Gotinga; en 1868 es llamado a Berlín como profesor de historia antigua, muriendo en esta ciudad en 1896.

Además de su Grieschiche Geschichte (1857 a 1867), abordó frecuentemente temas históricos en los discursos recogidos bajo el título de Artentum und Gegenwart (1875 a 1889). Su principal obra geográfica es Peloponnesos (1851-1852).

La Historia griega de Curtius apareció al mismo tiempo que las obras maestras de la historiografía política de la escuela liberal nacional y que la Historia de Grecia de Grote. Por eso es que frecuentemente no se le ha hecho justicia. Se veía solamente que estaba atrasada respecto a la nueva tendencia y que no seguía el progreso en la consideración realista de las ideas y de los conflictos políticos. No se prestaba atención a que, en cambio, situaba por vez primera la historia griega en su país.

Los historiadores contemporáneos tomaban conscientemente una actitud de oposición al Romanticismo. Curtius quedaba en los problemas que había presentado la ciencia alemana en los primeros años del siglo XIX. Evitó sin duda las estrecheces del Romanticismo político. A pesar de todo lo que aprendió de Ottfried Müller, no aceptó más que con reserva su purismo nacionalista. Adoptó más rigurosamente la doctrina de Carlos Ritter. No solamente en la geografía histórica de su Peloponeso, sino también como historiador, Curtius no puede ser colocado en la misma línea que otros grandes historiadores, sino cuando trata problemas geográficos. Sus finas explicaciones que abarcan la influencia que han ejercido sobre el desarrollo de la historia griega la configuración del suelo y del clima del mundo helénico, dejan muy atrás las notas escuetas y completamente externas de los historiadores políticos ingleses. Es aquí donde sobresale, porque la realidad satisfacía ya su visión de poeta. Su descripción del país está hecha con el cincel del artista, sin carecer por eso de precisión científica.

BIBLIOGRAFÍA:

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-VILAR, P., Memorias, historia e historiadores, Universidad de Granada, Granada, 2004



Cf. Haym, W. v. Humboldt 465 s.

SUÁREZ, L., Grandes interpretaciones de la Historia, EUNSA, Navarra, 1978, pp. 112-113

SUÁREZ, L., Op. Cit., pp. 114-116

COLLINGWOOD, R. G., Idea de la Historia, Fondo de Cultura Económica, México, 1952, pp. 118-120

FUETER, E., Op. Cit.,

BLOCH, M., Introducción a la Historia, Fondo de Cultura Económica, México, 1978

VILAR, P., Memoria, historia e historiadores, Universidad de Granada, Granada, 2004

FUETER, E., Op. Cit.

COLLINGWOOD, Op. Cit.



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